
“Tenía que destacarme sin eclipsar a los demás. No desentonar, pero tampoco ser invisible. Como mujer negra sabía que me criticarían si me percibían como una nueva amiga de la ostentación y el lujo, y lo mismo si me pasaba de informal”.
Así resumió Michelle Obama en su libro de memorias, Becoming, que salió a la venta hace unos días, los desafíos en cuanto a su imagen que implicó su rol de primera dama.
Porque pese a ser una mujer altamente preparada -ella fue jefa de Barack en un importante estudio jurídico-, ni bien asumió el papel de primera dama supo que tanto sus palabras como su actitud y, en especial, su vestuario serían analizados minuciosamente por parte de los medios de comunicación.
Y, si a sus antecesoras blancas se les atribuía cierta elegancia, era consciente de que no pasaría lo mismo con ella. “La elegancia tendría que ganármela”, decía para sus adentros.
Así resumió Michelle Obama en su libro de memorias, Becoming, que salió a la venta hace unos días, los desafíos en cuanto a su imagen que implicó su rol de primera dama.
Porque pese a ser una mujer altamente preparada -ella fue jefa de Barack en un importante estudio jurídico-, ni bien asumió el papel de primera dama supo que tanto sus palabras como su actitud y, en especial, su vestuario serían analizados minuciosamente por parte de los medios de comunicación.
Y, si a sus antecesoras blancas se les atribuía cierta elegancia, era consciente de que no pasaría lo mismo con ella. “La elegancia tendría que ganármela”, decía para sus adentros.
Outfits pensados
A Michelle, al igual que a muchas otras mujeres, le decepcionó que la gente se fijara antes en su outfit que en su discurso.
Ante esa situación, tomó el control de esa realidad: “Intenté percibirlo como una oportunidad para aprender, de utilizar todo el poder que pudiera encontrar dentro de una situación en la que nunca había deseado verme”.
Nunca antes le había prestado demasiada atención a la ropa que usaba a diario. Pero, sobre este punto, la campaña presidencial de su marido marcó un antes y un después. En ese período, acudió a una boutique de Chicago para adquirir algunas prendas y allí conoció a Meredith Koop, quien se convirtió en su estilista y amiga de confianza.
“Nunca pensé que necesitaría contratar a otra persona para cuidar mi imagen. Al principio, la idea me generó incomodidad. Pero rápidamente me di cuenta de una verdad de la que nadie habla: hoy, cada mujer que tiene una vida pública -políticas, celebridades, o lo que sea- tienen una versión de Meredith, Johnny (mi peluquero) y Carl (a cargo de mi maquillaje). Es un requisito, un costo inherente para los dobles estándares de nuestra sociedad”.
A Michelle, al igual que a muchas otras mujeres, le decepcionó que la gente se fijara antes en su outfit que en su discurso.
Ante esa situación, tomó el control de esa realidad: “Intenté percibirlo como una oportunidad para aprender, de utilizar todo el poder que pudiera encontrar dentro de una situación en la que nunca había deseado verme”.
Nunca antes le había prestado demasiada atención a la ropa que usaba a diario. Pero, sobre este punto, la campaña presidencial de su marido marcó un antes y un después. En ese período, acudió a una boutique de Chicago para adquirir algunas prendas y allí conoció a Meredith Koop, quien se convirtió en su estilista y amiga de confianza.
“Nunca pensé que necesitaría contratar a otra persona para cuidar mi imagen. Al principio, la idea me generó incomodidad. Pero rápidamente me di cuenta de una verdad de la que nadie habla: hoy, cada mujer que tiene una vida pública -políticas, celebridades, o lo que sea- tienen una versión de Meredith, Johnny (mi peluquero) y Carl (a cargo de mi maquillaje). Es un requisito, un costo inherente para los dobles estándares de nuestra sociedad”.